martes, 14 de diciembre de 2010

EL ENCUENTRO

El ómnibus Cruz del Sur dio las últimas vueltas por las curvas de la carretera Libertadores y apareció la ciudad de Huamanga, entonces a mi mente retornaron recuerdos encontrados de mi juventud. Después de algunos minutos, el ómnibus llegó rápidamente a la agencia. Bajé junto con los demás pasajeros en forma apresurada, salí de la agencia y sin ningún preámbulo, abordé el primer automóvil que se presentó. Le dije que me llevara a un alojamiento cómodo y me condujo al hospedaje El Parque, ubicado en la plaza de armas con sus arcos de piedra tallada. El dueño, un joven alto y amable que dijo ser de Puno me alojó en la habitación número 303. Con un largo suspiro de emoción por encontrarme en la ciudad largamente añorada, lo primero que hice fue ducharme, luego me vestí y dejé mis objetos personales consistente en sólo un maletín de mano.
Salí del hospedaje, era las siete de la mañana, me encaminé por la calle 28 de julio, recorrí en forma pausada las dos calles. Observando los inmensos cambios producidos en treinta y siete años, me llamó la atención un conjunto de campesinos sentados en fila india, entonces me trajo añoranzas de mi vida de labriego y los noté desubicados. Seguí caminando hasta que llegué al mercado, subí sus numerosas escalinatas e ingresé a su interior. Me causó un inmenso impacto los cambios producidos, comparando con la imagen que guardaba en mi mente, los puestos de venta estaban totalmente trastocados. La sección de jugos, a donde acudía en mis años de estudiante universitario ya no se encontraba en el lugar; preguntando por su ubicación llegué a esa sección. Eran caras nuevas y desconocidas, ajenas a mi realidad del pasado, al azar en uno de los puestos tomé un jugo de papaya, el costo era excesivo a comparación con el de Iquitos, donde yo vivo actualmente, pagué con cierta duda y me levanté del asiento, agradecí por la atención. Continué deambulando por la sección de panes que me trajo recuerdos de sus diversos sabores al ver con detenimiento cada una de las variedades. Se terminó la sección panes y me encontré en la sección de artesanías, que en mi tiempo no se encontraba dentro del mercado. Proseguí observando la variedad de trabajos en arcilla, en piedras de Huamanga, los hermosos retablos sobre el niño Jesús, sobre la cosecha de tunas y vino a mi mente el retablo de San Marcos que tenía mi abuela, entonces pregunté:
-Quiero un retablo de San Marcos, ¿Tiene en venta? –me contestó con amabilidad.

-Esos retablos ya no se venden, los tiempos han cambiado, ya nadie tiene ganados para que los compren.
Proseguí con mi caminata al azar y llegué a la sección de vestimentas típicas como mantas, chullos, bolsas, fajas, chompas, etc., todos, objetos que me trajeron un sinnúmero de recuerdos de mi niñez campesina. Me quedé observando en el puesto ubicado en la misma esquina del bloque de vestimentas. Una señora comenzó a ofrecerme las mantas:
-Caserito, llévese esta manta de Huamanga.
-¿Cuál es su precio de esta manta roja? –pregunté, y me contestó:
-Cincuenta soles señor.
-¿Y este de color negro?
-Ochenta soles no más señor.
-¿Tan caro?
-Es que son mantas de nylon, si usted desea más barato, tengo de quince soles.
De inmediato sacó un paquete y comenzó a tender a las mantas de diversos colores encima del mostrador. Me llamó la atención una manta de color marrón con diversas figuras muy queridas por mí, porque mi madre tejía esta clase de mantas. Y comenté:
-¿Por cuánto me dejas esta manta?, una rebajita.
-Te dejo en trece soles señor porque veo en ojos alegría y tristeza a la vez.
Vacilé ante sus palabras y seguí observando más mantas: multicolores, verdes, azules, morados, anaranjados, colores que significaban sus lugares de procedencia y llegué a observar otra mantra multicolor, muy típica, que mi madre siempre compraba a los huamanguinos que llegaban con sus negocios a mi pueblo, porque eran tejidas en precisamente en su lugar de nacimiento donde había crecido y siempre añoraba su infancia y juventud; entonces le pregunté:
-¿Los huamanguinos todavía viajan por los pueblitos de Huancavelica vendiendo esta clase de mantas? Ella me contestó:
-Ahora han cambiando los tiempos, ya nadie viaja por esos lugares de Dios, con los asaltantes y los terroristas que no dejan en paz. Cuando era niña mis padres siempre negociaban por Huancavelica, ahora ya no, ellos ya murieron. Entonces le pregunté:
-Los de Carmen Alto siempre viajaban, yo le conocía a un señor que siempre iba donde el padre Prudencio antes de viajar por Huancavelica.
-Sí, señor, yo le conocí al padre Prudencio, era muy bueno.
-¿Así? –Y en ese momento vino un nombre a mi mente y le pregunté:
-¿Y con oció a don Manuel Tipe?, dio un amplio suspiro y habló:
-Sí, él es mi padre, ya murió. Nosotros íbamos negocian do por Cinto, Haitará, Capillas, Huachos,
Cotas, Arma, Tantará, Chupamarca, Huamatambo, Ahurahuá y regresábamos después de meses. Cuando dijo Arma, mi corazón dio un salto de emoción y ella continuó hablando:
-El padre Prudencio tenía una hermana llamada doña Victoria, que vivía con su ganadería en Arma, cuando llegábamos, íbamos a tomar mucha leche, después yo me ponía a jugar con su hijo mientras mi mamá conversaba largo con doña Victoria.
Al escuchar los detalles me salió las lágrimas de emoción y de inmediato la abracé diciéndole:
-Tú eres Florencia.
Ella me estrechó con fuerza en sus brazos emocionada, pronunciando:
-¡Ramón!, ¡que cambiado estás!.


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