martes, 25 de agosto de 2009

MAGALY, MI AMOR

El reloj despertador marcó las 5.30 a.m. La profesora Magaly se levantó automáticamente y dejó a Roberto, que seguía roncando. La noche había sido apacible y el amanecer era sombrío. Se encaminó a la pequeña cocina, la prendió canturreando, puso la tetera diminuto con preocupación. Se aseó y comenzó con el rito diario del maquillaje interrumpido por el chasquido del agua que hervía. El té estuvo listo, salió a la panadería cercana, retornó con cuatro panes y llamó:

-Roberto, el desayuno. Tomas el té y un pan, sólo para engañar la barriga. Lo demás es para los niños. El sueldo no da para más.

El esposo sin trabajo se desperezó sobre la cama y asintió con la cabeza. Los dos pequeños seguían durmiendo. Después de varias vueltas y preparativos la profesora Magaly salió a las 6.30 a.m. con su nuevo look casero.

La avenida Aguirre ya era un hervidero de ambulantes apostados en plena pista ofreciendo sus productos. Llegó a la Plaza 28. Unos jóvenes le silbaron y enviaron besos volados. Ella sonrió pícara, eran los picaflores que buscan los amores fáciles. Observó el alto monumento a la justicia y continuó por la avenida Mariscal Cáceres. Notó que el Palacio de Justicia cambiaba de rostro para recibir a la clientela que desangraba su desgracia a diario en sus pasillos. Los obreros en sus andamios ya hacían los primeros equilibrios. La caminata fue pausada: aceras que obligaban a subir y bajar, desagües que hacían saltar, lugares que debían ser esquivados con maestría de acróbata.

Llegó al Centro Base Mariscal Oscar R. Benavides. Era las 7.20 a.m. y los estudiantes dispersos formaban grupos. El ambiente era diferente, se notaba el cambio, un gran rumor de voces múltiples que hablaban al mismo tiempo, piropos que se perdían en el anonimato. Ella con la cara seria no les daba importancia. Todos entraron a los salones cuando tocó el timbre y se inició la clase con cierto sopor. Era el preámbulo al Día del Padre. Exposiciones de temas sobre Historia Universal, paso orales, preguntas, chistes, gritos, respuestas, se acababa la media mañana.

A las 11.00 a.m. los alumnos se formaron en el patio y comenzó la ceremonia dedicada al Día del Padre. Oradores que desfilaban, exposiciones de largas peroratas, el Director con dotes de gran Orador trataba de convencer santificando al padre, aludía la paternidad responsable y execraba a los padres irresponsables. Todos se aburrían, transpiraban y nadie atendía. Finalmente concluyó con hurras al padre.

Algún estudiante exclamó:

-¡Por fin acabó esta cojudez de discursos!

Sonrieron los alumnos y suspiraron con picardía. Comenzó la segunda parte de la ceremonia: canciones, poemas y bailes, y era la 1.00 p.m. y los alumnos comenzaron a retirarse fatigados. Por los parlantes anunciaban que ya llegaba al final la ceremonia. En estas circunstancias, los auxiliares fueron avisando en voz baja a cada profesor:

-La reunión en la casa de la profesora Ramos.

-La reunión es donde la Ramos, coleguita.

-Sí, colega, ahí estamos como un solo hombre.

El director dio las gracias por “el día histórico” de los festejos y finalizó la actuación. La multitud se volcó a la calle, sudorosa y fatigada.

Todos los profesores se encaminaron al lugar citado, una pequeña casita donde ya se aglomeraban los compañeros de trabajo, en total cuarenta y dos.

-El aperitivo, el aperitivo, coleguita –gritó el profesor Rojas, contento con la reunión.

-Coleguitas aflójense los cinturones –expresó el profesor Pérez, que siempre estaba sonriente haciendo sus bromas.

El ambiente de camaradería se notaba muy avivado. Y todos celebraban las ocurrencias. También participaban la mujeres que, entre sonrojos, se deleitaban sonrientes y con sus risas peculiares que completaban el relato.

-¡Silencio, colega, silencio!

Se paró uno de los profesores y tomó la palabra. Nuevamente alusiones al día del Padre. Luego se animó la reunión y bailaron los profesores especialistas en los meneos. De pronto alguien dijo:

-¡El Perrito!, ¡El Perrito!

De inmediato se desencadenó el baile del perrito. Con la alegría en el rostro, ojos brillantes y saltones el profesor Pérez demostraba sus mejores pasos, flexiones en el baile. La profesora Magaly a ratos se ponía pensativa, pero también bailaba y a eso de las tres de la tarde ya todos hablaban fuerte.

-¡Es nuestro día, señores! –gritó el profesor Sangama, que raras veces sonreía. Ahora estaba alegre.

-¡No hay cariño en esta casa!- gritó otro profesor.

-¡La comida, la comida! –reclamó entre sonrisas el profesorado.

Fue el clímax de la festividad. Sirvieron pollo frito con papas, plátano y arroz. Todos dejaron de bailar y se sentaron o quedaron parados, circularon los platos descartables. El Director explicó:

-El presente homenaje al Día del Padre es con el dinero de las actividades anteriores, gracias al empeño de todos ustedes.

Todos aplaudieron. Unos comían desesperados, otros probaban y lo envolvían en periódicos para llevárselos a sus casas y algunos lo dejaban a medio comer.

Pasó el ajetreo de las profesoras. Las encargadas de servir, entre ellas la profesora Magaly, recogieron los platos y fueron juntando las sobras en bolsas o papeles de periódicos. La profesora Magaly dijo:

-Dame la sobrita, me lo llevo para mi perrito.

-A mí, un poco, para mí –exclamó la profesora Esther.

Eran porciones de arroz, papas fritas, pedazos de carne a medio comer o huesos roídos totalmente que pasaron a formar parte de varios bultos en bolsas de tamaño regular o en papeles proporcionados por la dueña de casa. Las profesoras colocaron las envolturas en sus anchos bolsones, apropiados para estas ocasiones.

A las cuatro de la tarde solo quedaban cuatro profesores empeñados en tomar cerveza, que gritaban:

-¡El día es nuestro!

-¡Que viva la vida!

-¡Que viva la dueña de casa!

-Es nuestro día, yo tengo permiso para amanecer –exclamó el profesor Pérez.

La profesora Magaly se despidió de los presentes y enrumbó por su rutina cotidiana. Al observar espesos nubarrones, apresuró el paso desandando la caminata de la mañana. En la avenida Aguirre apestaban los desperdicios del día arrojados por los vendedores ambulantes. Tocó la puerta de su casa y su esposo abrió, silencioso. Se notaba la impaciencia y la cólera retenida, los ojos legañosos y fatigados.

-Qué paso, ya es las cinco de la tarde!
-Hubo una actividad en el colegio, por el Día del Padre.
-Siempre las actividades y tú olvidándote que tienes dos hijos y un marido.

El ambiente era tenso. En la pared de la sala se veía un cuadro donde estaban los dos sonrientes.

-Sí, Roberto, mi amor, no podía venirme, todos los profesores estaban en la reunión, no podía faltar, además estaba en la comisión. La celebración fue en la casa de la Ramos.

-La Ramos, siempre la Ramos. Esa vieja sirve de alcahueta a los profesores. Siempre la aprovechadora en las fiestas.

La profesora Magaly entró a la cocina seguido de Roberto y sus dos pequeños hijos. Sacó el bulto de su inmenso bolsón y colocó encima de la mesa. En seguida lo desenvolvió.

-Hay comida para unos tres días Roberto.

Una amplia sonrisa de complacencia se dibujó en el rostro del hombre. Se acercó a su esposa, la abrazó y besó con alegría y comentó:

-Siempre salvando la barriga, Magaly, mi amor.

El esposo prendió la pequeña radio de la cocina y todo volvió a la calma en el hogar.

En Los Shamiros Decidores. Año III, Nº 1, Equitos, noviembre de 1997, pp.26-28.

viernes, 21 de agosto de 2009

MUJER ILUSORIA

Déjame verte
a través de la luz
de la vida
esa sonrisa candorosa
de niña avergonzada.

Cuando miro ese rostro
de pureza virginal
entre la ensoñación
y la alegría
eres inasible hasta en tu presencia.

Déjame contemplarte
en tu dimensión humana
que encierras
entre el humor
y el espejismo de tu belleza.

Eres una perla
oculta en la maraña
de las obsesiones humanas
en la fugacidad del pensamiento
que aflora fijo en ti.

Sólo un instante frente a mí
es suficiente
bálsamo para creer en la vida
y seguir el camino
soñando en la ilusión de tu existencia.